Jean-François Bautte (1772-1837) quedó huérfano muy pronto, lo que le hizo ganar madurez a muy temprana edad. Siendo todavía muy joven ejerció de aprendiz, atesorando un increíble conocimiento en relojería, así como en varios oficios relacionados, como el de la fabricación de cajas, la artesanía de guilloché y la orfebrería. En 1791, con tan solo 19 años, Bautte firmó sus primeros relojes en Ginebra, la cuna de la relojería suiza. Este acontecimiento sembró el germen de lo que posteriormente se conocería como Girard-Perregaux, la apreciada Casa con sede en La Chaux-de-Fonds. El mismo año en que Bautte firmó su reloj inaugural, un clérigo inglés descubrió el titanio en Cornualles, Inglaterra. William Gregor (1761-1817) sentía fascinación por los minerales y pasó tiempo estudiando los depósitos de arena del valle de Manaccan. Consiguió aislar la cal, que se formaba por el calentamiento de un mineral. Este proceso dejaba tras de sí un metal desconocido. Gregor bautizó este metal residual con el nombre de «manaccanita», un material que más tarde se conocería como «titanio», una denominación inspirada en los grandes titanes de la mitología griega. La distancia que separa Ginebra del valle de Manaccan es de unos 1400 km, pero tanto a Bautte como a Gregor les impulsaba la misma necesidad innata de descubrir, inventar y aprender.