Jean-François Bautte: un hombre de su tiempo
Los visionarios iluminan la historia. Son esos hombres que no se limitan a contribuir al conocimiento de su época y cuyas visiones afectan al tiempo mismo. Jean-François Bautte, cuyo nombre continúa resonando entre los entendidos de la relojería, es un buen ejemplo de ello. El hombre que puso a Girard-Perregaux en el camino del reconocimiento mundial.
Nacido en Ginebra, el 22 de marzo de 1772, en una modesta familia de trabajadores, la infancia de Jean-François no fue nada fácil tras quedar huérfano. La adversidad a menudo brinda oportunidades y eso es lo que ocurrió con el joven Bautte. A la edad de 12 años, entró como aprendiz de grabador, relojero, joyero y orfebre. Un oficio que el joven ginebrino aprendió tan bien que a los 19 años firmó su primera creación.
Jean-François se había dado a conocer al mundo.
Compañeros en el tiempo
A lo largo de los siglos, hay compañeros que han iluminado la ciencia y las artes con su trabajo conjunto, desde Watson y Crick en el descubrimiento de los secretos del ADN, hasta Lennon y McCartney en la definición de la música moderna. Y así sucedió también casi 200 años antes de la aparición de los Beatles, cuando los nombres Moulinié y Bautte calaron hondo en Ginebra. Jean-François unió sus fuerzas a Jacques-Dauphin Moulinié para fundar Moulinié & Bautte, dedicada a la colocación de cajas. Una década más tarde, Jean-Gabriel Moynier se unió a ambos y la empresa se convirtió en Moulinié & Bautte & Cie, ya vendedores de exquisitos relojes y alta joyería en la Suiza francesa y más allá.
Fue allí y en aquella época cuando la estrella de Jean-François Bautte comenzó su verdadero ascenso. Fundó su propia manufactura en Ginebra, reuniendo por primera vez bajo el mismo techo a un equipo de artesanos de la relojería, de labores complementarias, que contribuyeron colectivamente al avance del arte de la relojería. Desde sus talleres en la famosa rue du Rhône —donde aún hoy los grandes nombres de la relojería y de la joyería continúan deslumbrando a los paseantes— Bautte et al crearon innovadores relojes y deliciosas piezas de joyería que asombraron al mundo.
Mesmerized by MechanicsHipnotizado por la mecánica
También fabricó piezas de alta joyería y cajas de música, pero la verdadera pasión de Jean-François era la maravilla mecánica de los «relojes de forma», relojes disfrazados de instrumentos musicales en miniatura, creaciones enjoyadas con forma de flor y de mariposa o incluso de pistola, con disparos de perfume en lugar de balas.
Aunque tal vez su mejor momento, que perdurará mientras existan los relojes de pulsera, fue la fabricación de los primeros relojes extraplanos, una disciplina que él convirtió en especialidad y a la que debe históricamente su fama Girard-Perregaux. Y así, su capacidad de adelgazar el tiempo y de incorporar gloriosas innovaciones y deslumbrantes adornos a sus relojes expandió su mundo y lo llevó a abrir boutiques en París y Florencia y a vender sus creaciones en lugares tan lejanos como Turquía, India o China.
Los poderosos y la realeza
Jean-François Bautte acabó por convertirse en uno de los relojeros más celebrados de su época, apareciendo en los escritos de Dumas, Balzac y John Ruskin. Entre sus admiradores más ricos y famosos se encontraba la misma Emperatriz de la India, la reina Victoria, quien visitó su atelier en Ginebra al comienzo de su reinado.
Por desgracia, Jean-François murió en 1837 y fue enterrado en el cementerio Plainpalais de Ginebra, el mismo año en que su hijo, Jacques Bautte, fundó Jean-François Bautte & Cie. La misma compañía que 115 años más tarde acabaría siendo adquirida por Constant Girard-Gallet, dueño de la manufactura suiza de relojes Girard-Perregaux. Jean-François Bautte ya forma parte de la historia, pero su legado —el de un hombre reconocido por su contribución a la historia de la relojería y no solo a la de Girard-Perregaux— seguirá vivo para siempre.